Mi primera vez en un cine porno
Fue hace dos años aproximadamente. Aún era universitario. Ya tenía meses sin coger. ¡Ni siquiera una mamada! Ya estaba que reventaba, casi caminaba con las piernas abiertas. Grindr valía verga, y eso de pasarles mi número a mis aventuras de una noche no es lo mío. Estaba tan caliente que ni siquiera jalármela fantaseando con mi roomie me satisfacía. Hacía unos meses en una peda con mis amigos mencionaron un cine porno muy famoso en la ciudad. Un cine al cual recurrían gays y trasvestis generalmente. Como yo soy foráneo nunca había escuchado hablar de este cine, pero sí ubicaba la calle y sabía cómo llegar.
El cine Arcadia. Mis amigos comentaban que allí iban ancianos y travestis. Mis amigos saben que soy gay. Lo que no saben es que los hombres mayores son mi debilidad. Son los que te tocan con más lujuria. Los que están abiertos a cualquiera situación que satisfaga su deseos libidos. Además me gusta pensar que tienen más experiencia sexual. Esos penes saben para dónde y cómo meterse. Me excita pensar en todas las experiencias sexuales que han tenido a lo largo de tu vida. Estos pensamientos vienen a mi cabeza cuando me están besando, mamando la verga o mamándoles la verga. El cine Arcadia era un lugar que quería conocer.
El día que ya no podía siquiera autosatisfacerme era el día perfecto para ir por primera y, quizá, última vez a ese paraíso para mí. Esto último no pasó. Afortunadamente, mi horario de clases me permitía ir a una hora decente.
Me desperté. Me bañé. Fui a la universidad. Salí. Comí en mi casa. Me cepillé los dientes (no quería causar mala impresión). Fui caminando al cine. Este cine está a cinco cuadras de mi casa. No tomé el transporte público porque estaba nervioso y caminar me relaja mucho.
A una cuadra se puede ver la fachada del cine. Sentí las manos frías y náuseas por nerviosismo. "No debí comer antes de venir", pensé. 5:34. Llego al cine. Me metí rápidamente para evitar que algún conocido me viese entrando al recinto. Pido mi boleto de entrada en Dulcería. Me dicen que la taquilla está atrás de mí a la derecha. Voy a la taquilla y compro mi entrada. El de Dulcería me señala la puerta de la derecha. Abro la puerta y por fin conozco el que sería uno de mis lugares favoritos de la ciudad. Ésta no será la única vez que venga.
Cuando abres la puerta, un fuerte tufo de semen es lo que te recibe. Enseguida, una oscuridad total. Lo único que se alcanza a ver es la pantalla al frente con una estrella porno siendo penetrada o masturbándose. Y si no llegas tan encandilado por la luz solar, alcanzas a ver algunas siluetas. En la sala sólo se escuchan los orgasmos de las y los actores de las películas, crujidos de las butacas, tacones de las travestis y presentes besándose o mamando. Todo en total anonimato. Todo en total confidencialidad.
Aquel olor a semen me revolvió un poco más el estómago. Al mismo tiempo, sentí cómo la adrenalina corría por mi cuerpo. Lo primero que hice fue alzar el brazo derecho y recargarme sobre un pilar que está enfrente de la puerta. Quería que mis ojos se acostumbrasen a la oscuridad. Pasaron alrededor de 15 minutos. Ya podía distinguir rostros, ver los pasillos y dónde terminaban las hileras de butacas. Ya estaba listo para empezar.
¿Han escuchado el dicho "a donde fueres, haz lo que vieres"? Bien, pues hice lo que vi. Todos se iban a la parte trasera de la sala, al lado izquierda de la entrada. Allá fui. Caminé hasta llegar más o menos al centro de la pared. En el camino, más de uno me tocó el trasero y otro me jadeó en el oído. Excitante. Para cuando llegué a la pared tapizada yo ya tenía una erección. No había pasado ni dos minutos cuando ya tenía a un señor en sus 30 a la izquierda frotándose el bulto y un anciano de más de 50 a mi derecha frotándome la erección. Opté por este último.
No era el mejor de la sala ni el más joven, pero para entrar en calor estaba bien. Di media vuelta a la derecha y el anciano sólo siguió frotándome el bulto. Hice lo mismo. El señor tenía un aroma a orines y la verga muy pequeña. Nada de esto me importó. Aun así se la chupé. El señor gemía y pedía que continuara. Me pasaba sus dedos entre mi cabello. Acariciaba mi mano cuando le estimulada el glande con mis dedos índice y pulgar. Con la punta de la lengua le lubricaba el pene. Gemía más. Me tomó de la barbilla para levantarme y decirme que nos fuéramos al motel que estaba cruzando la calle. Me negué. Muy viejito y lo que quieran, pero nada me asegura que ese señor no formaba parte de una red homofóbica matajotos y yo no quería ser una estadística más. El señor insistía tanto que decidí pasar la siguiente.
Una mamada después encontré mi gran conquista de la tarde. Un chavo de 32 años. Más alto que yo, regordete, moreno y con bigote. Este chavo se me acercó y se sacó la verga parada. Me hinqué inmediatamente. Peluda y mediana. Los pelos de su panza me rozaban la frente. Me acariciaba la cabeza y me la empujaba para que me entrara su pene más adentro de mi boca. Acariciaba sus piernas firmes. Se sentían deliciosas con pantalón. Sin pantalón me fue imposible no lamerlas. Olí su calzón. Semen y un ligero aroma a sudor. Me saca su verga de la boca y se inclina para decirme que nos fuéramos al baño a terminar. Accedí. Lo seguí hasta el baño y así fue como supe dónde quedaba el baño. Noté que la otra mitad de la acción pasaba ahí.
El baño de mujeres estaba desocupado. Entramos. Trabó la puerta con el cesto de basura, se volteó y me empujó contra la pared sólo para besarme. Entre beso y beso me preguntó mi nombre. "Alejandro, pero me dicen Alex", mentí. No recuerdo su nombre. Edad y ocupación fueron los únicos datos que intercambiamos. Frotaba su espalda con mis manos. Una espalda muy ancha. Esto me excitó más. "Estás bien bonito, cabrón", dijo. "Me encantas", respondí. Puso su mano sobre mi hombro izquierdo y me bajó para seguir mamándosela. La tenía bien babosa. Me comí todo eso. Descubrí su glande para lamerlo todo. Le chupé los huevos y las ingles. Sobé sus piernas peludas. Lo abracé por la cintura y lamí su panza peluda. ¡Qué hombre! Estaba en pleno viaje de goce y placer cuando escuché su voz grave preguntar si tenía condón. Sí. Le di uno. Me lo regresó. Pónmelo, ordenó. Obedecí. Sumiso. Me levanté y me empinó contra el lavamanos. Arqueé la espalda y me la metió de golpe. Sólo alcancé a lanzar un breve grito de placer. La metía y la sacaba rápidamente. "Nalguéame", supliqué. Lo siguiente que sentí fue su mano golpeando firmemente mi nalga derecha. Pude ver mi cara roja y sudada en el reflejo del espejo del baño. Vi la suya chorreando sudor. El pecho de su playera roja empapado en sudor. Empañé el espejo con mi aliento. Cuando pensé que esto no podía ser más excitante, me puso de frente a la puerta del baño y me levantaba con el movimiento de su pelvis cuando me penetraba. Me tomó de los hombros y me empujaba hacia abajo cuando me levantaba. Sentía cómo se verga me entraba más. Ya no soporté más y grité de placer. Al principio me cohibía porque vi gente afuera del baño. Ya no me importó. Que escuchen y que se unan si desean, pero a este hombre nadie me lo toca. Terminamos. Ambos empapados en sudor. Satisfechos. Deslechados. Yo, dolorido del culo y las nalgas por las nalgadas. Nada de esto me importó. Lo único que me preocupaba era que esa fuese la última ocasión que nos veríamos. No fue así.
wooooow buen relato
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